viernes, 16 de diciembre de 2011

Pensemos el Chile del futuro: ¿cómo será el cambio en las empresas y su efecto en nuestra cultura?

Tomemos hechos concretos y veamos a que nos pueden llevar. La primera versión del proyecto país del año 2003, nos mostró que las tradicionales empresas piramidales (con áreas internas), eran cerca de un 20 % más caras y contaban con servicios de calidad inferior a los que entregaría una red de empresas locales de outsourcing haciendo su misma tarea. Esta brecha de costos sería suficiente para que en un mercado competitivo las empresas armadas a la antigua, con todo in house, desaparecieran con cierta rapidez.
(foto de jovenesxchile.cl)
Cuando dichas pirámides jerárquicas quedaran obsoletas y se desintegraran, estaríamos ad portas de una desmaterialización de la empresa, dando origen a una economía de unidades de negocio, altamente especializadas en distintos servicios conectadas en red, autónomas, que cobrarían precios de trasferencia de mercado, debiendo ser competitivas y eficientes u optar por desaparecer. Tendríamos una sociedad colaborativa, que exigiría a todos los nodos de la red un funcionamiento excelente o sería reemplazado. Cada uno de estos nodos regulados con contratos con multas y no proteccionistas, tendría que cumplir sus compromisos, sin dejar espacios para la mediocridad.

Si comparamos esta situación con una empresa tradicional, en que los contratos de trabajo son comparativamente más paternalistas o proteccionistas y menos transparentes al no existir precios de trasferencia, nos daríamos cuenta que el esquema tradicional no podría competir ni sobrevivir por ser comparativamente más protector de la mediocridad y la ineficiencia.

En este nuevo escenario no existiría el concepto de jerarquía o supervisión directa, sino una red de transacciones entre iguales y libres. Dadas las ventajas de la tecnología actual sería posible que este fuera el reino de las pymes tipo boutique, de alta tecnología y de pocas personas, en cuanto la tecnología expande la capacidad de coordinación y hacen innecesario que las personas para colaborar sean parte de una organización centralizada a la antigua, abriendo paso a unidades especializadas y auto gobernadas superiores en eficiencia y calidad.

Los efectos en la cultura de las personas serían notorios. Seriamos un país en que el cumplimiento de compromisos sería ineludible, en que los valores de la verdad y la transparencia premiarían a los mejores, fomentando así la meritocracia y la igualdad de oportunidades.

(foto de surmagico.cl)
Los chilenos retornaríamos a nuestras raíces ancestrales, en que los mapuches con estructuras colaborativas prescindían de estructuras con autoridades jerárquicas centrales -a tal punto que no fueron por rey jamás regidos-, en que se hacía necesario privilegiar la verdad, el valor de la palabra, la confianza y la excelencia o meritocracia, que se traducía incluso en que los toquis eran elegidos mediante competencia. Tal y como Alonso de Ercilla describió, los mapuches eran gente carente de vicios y malicia hasta que llegan los españoles, es decir, eran una sociedad con altos grados de confianza interpersonal.

En la actualidad me toca observar como las empresas tradicionales están siendo superadas por las exigencias del día a día, ya que al no ser aptas para administrar la creciente complejidad y necesidad de adaptación, están siendo cada día menos capaces de administrar adecuadamente sus negocios. A modo de ejemplo, ayer un experto me decía que los gerentes de las compañías de seguro dedican un 60% de su tiempo a adecuarse a las exigencias normativas de IFRS, lo que les impide administrar bien los procesos centrales de sus negocios, disminuyendo su capacidad de gestión y de evolución.

La pregunta es porqué estos cambios avanzan tan lentamente, si ya están instalados los elementos gatilladores del cambio. Posiblemente sea porque el país ha crecido tres veces en siete años, al triplicar su PIB entre los años 2003 y 2010. Esta violenta expansión nos ha impedido evolucionar y hemos crecido con modelos de negocio obsoletos con un bajo nivel de competencia, lo que ha protegido la mediocridad y la solapada ineficiencia. Así por ejemplo, la educación superior duplicó sus alumnos en 5 años, pasando de 480 mil alumnos a un millón. En esta vorágine de crecimiento hemos tenido menos competencia, la demanda ha crecido tanto que les ha ido bien incluso a los menos capaces, concentrándonos en el volumen, disminuyendo nuestra capacidad de evolucionar en eficiencia y calidad. Pero ello no será siempre así, cuando el crecimiento sea sólo normal, la competencia tenderá a aumentar, será entonces el momento de la calidad y la eficiencia, dicha competencia modificará nuestros modelos de empresa y nuestra cultura.

Cuando ello ocurra nuestra cultura evolucionará en forma potente hacia la autonomía, la transparencia, el cumplimiento de compromisos, la verdad, el valor de la palabra y la referida meritocracia. Aumentará como consecuencia el incentivo social a desarrollar nuestros talentos, desencadenando así toda la capacidad de nuestra población. También a raíz de los cambios culturales debería aumentar la confianza entre las personas, mejorando entonces nuestra actual situación en que, según el informe social de la OCDE del 2011, sólo 13% de los chilenos expresa alta confianza en sus conciudadanos, un porcentaje muy por debajo del promedio de la OCDE de un 59%.

Nota: Estas reflexiones son parte del trabajo de la Comisión de Gestión de Estrategias de Diferenciación del Proyecto País. Si le interesa participar contáctame por aquí.

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